Durante la carrera tuve un profesor de urbanismo, Joan Olmos, un muy sensato ingeniero de caminos, que nos hizo esta pregunta: ¿Tiene sentido pagar por un vado?
Pensemos. En la práctica, la tasa para un vado es un impuesto que pagamos al ayuntamiento de turno para que, a cambio, nos permita reservar unos pocos metros de la vía pública a través de los cuales podemos entrar a nuestro garaje. Lo que Olmos nos decía de forma irónica es que esto no tiene mucho sentido, porque estamos pagando por quitar coches aparcados de la vía pública y, de esta forma, resolviéndole la papeleta a la administración… ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Necesitan los habitantes un espacio libre de aparcamiento para tener la comodidad de entrar a su propio garaje, o son los ayuntamientos los mayores beneficiados porque se les reduce el problema del aparcamiento?
Imaginemos que un día decidiéramos todos no entrar en nuestros garajes y aparcar nuestros vehículos en la vía pública.